Módulo 1: La política y el poder.
Por Juan Esteban Balderrain
y Manuel Rey
Para emprender de manera conjunta este
trayecto de formación que nos proponemos es imprescindible compartir la
comprensión de un conjunto de conceptos básicos sobre la política que nos
permita abrir espacios de análisis y
diálogo. Mediante las actividades prácticas y el trabajo de
profundización trataremos de arribar a significados comunes de estos conceptos
fundamentales.
Índice del Módulo
Objetivos
Actividad de iniciación
Texto base
Objetivos
Al término de este módulo el
grupo estará en condiciones de:
·
Tener una compresión básica de los términos política y poder, y del
carácter inherente del poder en la política.
·
Identificar diferentes concepciones de política en correspondencia con
los distintos paradigmas y distintas visiones del hombre.
·
Reconocer la naturaleza ético - social del hombre y sus posibilidades
de transformación de la política.
Actividad
de inicio
Del diccionario a la vida:
1 - Individualmente o en parejas
definir el término política.
2 – Hacer una recopilación de
las definiciones dadas identificando elementos comunes y diferencias.
3 – Expresar que significa la
política en la propia vida:
“En mi vida la
política significa..... “
Las respuestas a este ejercicio
serán insumo importante para el análisis del texto que se ofrece a continuación
“Mi sueño es que un día los hombres (…)
se den cuenta de que han sido creados para
vivir juntos como hermanos (…);
(y) que la fraternidad (sea) la palabra de
orden del hombre de gobierno”[1].
Martín Luther King
Introducción
Comenzamos aquí a hacer un breve recorrido sobre
conceptos fundamentales de la política. El objetivo fundamental es tratar de
alcanzar, en la medida que esto sea posible, presupuestos comunes sobre
aquellas cuestiones que formarán parte del eje central de la Escuela. Con este
objetivo se hace imprescindible partir de un intento de definición del mismo
término “política”. Aunque debamos advertir inmediatamente la complejidad de
esta tarea por tres razones
fundamentales:
- Porque existe una gran diversidad de definiciones posibles del
término “política”.
- Porque toda definición encierra compromisos teóricos y prácticos
que es necesario reconocer y analizar críticamente, (una visión del
mundo, un deseo sobre cómo debería
ser la sociedad, una creencia en lo que se debe y no se debe hacer en la
política, etc.)
- Porque todas estas definiciones responden a momentos y circunstancias históricas
sobre las que pretenden operar. Es necesario entonces reconocer junto a
las distintas posiciones, los contextos que les otorgan relevancia y
significación.
Decíamos en la introducción a este curso[2] que las dificultades
actuales, en el orden internacional, nacional y local, nos ponen frente a la
necesidad de un cambio paradigmático en la política. Cambio que implica entre
otras cosas la redefinición de conceptos fundamentales,
que permitan no sólo superar los problemas vigentes sino definir nuevos
horizontes de comprensión de la realidad social. La política, tal como es entendida en la
actualidad, no es la solución sino “parte del problema” y por lo tanto se hace
necesario revisar su propia definición.
Nuestra intención es entonces aproximarnos a una
caracterización de la política que, reconociendo esta diversidad de puntos de
partida, permita construir una concepción común orientada a trabajar por una
sociedad más humana y fraterna, superando las divisiones y fragmentaciones del
orden social vigente.
En el uso común la
palabra política contiene tres acepciones:
1. Conjunto
de principios rectores conforme a las cuales se ha de organizar la sociedad. Lo
que en términos más precisos podríamos denominar una “Filosofía política”
2. La
política como ciencia. (ciencia política
o politología). Tiene por objeto el estudio científico de los fenómenos
relacionados con el fundamento, organización, ejercicio, objetivo y dinámica
del poder en la sociedad. Según otros, el estudio de todo lo referente al
Estado.
3. La
política como arte o práctica. Aquellas actividades humanas que se realizan con
el fin de obtener o ejercitar el poder, lo que permite el mantenimiento,
reforma o cambio de un determinado orden de convivencia. Dicho de otro modo,
hace referencia tanto al ejercicio efectivo del poder estatal como a las
actividades que se realizan para alcanzar, ejercitar y conservar ese poder o
incidir en él.
Política y poder
De
estas acepciones del término podemos inferir que hay un concepto unificador de
los fenómenos estudiados en el campo de la política. La política, como filosofía, ciencia o práctica se
ocupa de “el poder”.
La palabra poder puede entenderse de dos modos,
ambos significados relevantes para el campo político.
- Poder entendido como “tener el poder de” significa tener
capacidad para hacer algo. Poder moverse, poder comunicarse, poder alcanzar algo, etc.
- Poder también quiere decir “tener el poder sobre” y este quizás
es el más político de los significados. Tener el poder sobre otro u otros,
significa capacidad de que otro u otros hagan algo o dejen de hacerlo. Por
múltiples medios – influencia, persuasión, coacción, manipulación - un
sujeto con poder obliga a otro a hacer algo u impide que otro u otros
hagan una determinada cosa.
Mas allá
de las diferentes definiciones de “política” dadas a lo largo de la historia,
en todas prevalece esta caracterización del campo político como una relación
asimétrica de poder.
En la antigüedad,
por ejemplo, Aristóteles distinguía tres formas de poder según de quien fuera
el "interés" del ejercicio del poder.
Poder paterno: Es el que ejerce el padre con su hijo, donde
dicho poder es ejercido a favor del hijo.
Poder despótico: Es el ejercido por el príncipe sobre los
súbditos, y en interés de si mismo.
Poder político: Es el poder que se ejerce en interés de
quien gobierna, y de quien es gobernado. Esta situación para Aristóteles sólo
se cumple en las formas correctas de gobierno, porque en las formas corruptas
se atiende sólo el interés del gobernado o del gobernante.
En
la modernidad, en cambio prevalece una distinción de las relaciones de poder no
por el interés sino por la "legitimidad", es decir por la razón o
motivación por la cual se justifica esa relación de asimetría. Así para Max
Weber se puede distinguir:
Poder Legal: Característico de la sociedad moderna, se funda en la creencia en la ley como fuente del poder y que constituyen un aparato administrativo - la burocracia - donde las órdenes son impartidas por aquellos funcionarios dotados de competencias específicas.
Poder Tradicional:
Se basa en la creencia del carácter sacro del poder existente "desde
siempre". La fuente del poder es “la tradición" y el aparato
administrativo es de tipo "Patriarcal", compuesto de
"servidores" ligados personalmente al señor.
Poder Carismático:
Se basa en la sumisión afectiva a la persona de un jefe que, por su valor
ejemplar o potencia del espíritu y del discurso lo distinguen de manera excepcional.
Representa “lo nuevo” y por ello tiende a romper vínculos predeterminados
(profetas, héroes guerreros, demagogos).
Un autor
contemporáneo, Norberto Bobbio, mantiene la misma caracterización del campo
político pero distingue el poder, no por interés o tipo de legitimidad, sino
por el medio o instrumento por el cual se ejerce. Distingue así:
Poder
Económico: es el que utiliza la posesión de ciertos bienes
necesarios y que le permiten ejercer coacción.
Poder Ideológico: Se basa en la influencia de las ideas formuladas de cierta manera, emitidas en ciertas circunstancias, por una persona investida de una cierta autoridad.
Poder Político: Se basa en la posesión de los instrumentos a través de los cuales se ejerce la fuerza física (por ejemplo las armas) como último recurso.
Todas
estas definiciones comparten la caracterización del campo político pero oculta
una profunda diferencia entre ellos que tiene que ver con la finalidad o
sentido de la política, esto es, la razón de ser del ejercicio del poder: la
responsabilidad de administrar el bien público en vistas a un bien común a
todos los miembros de la comunidad. La presencia u ausencia de este fin, y las
distintas interpretaciones que ha adquirido esta noción de bien común han
conformado distintos concepciones de la política.
La primera consecuencia que se desprende de estas
caracterizaciones anteriores de la política, es la natural “asimetría” de los
sujetos pertenecientes a un campo político. Alguien detenta el poder, por lo
tanto otro u otros carecen de él. Esta idea de la asimetría es fundamental,
allí reside el nudo de la cuestión. Según cómo se entienda, cómo se justifique,
cómo se ejercite y se viva esa asimetría vamos a poder diferenciar distintos
paradigmas. O, mejor dicho, vamos a ver la teoría y praxis política expresando
distintos paradigmas.
¿Qué es un paradigma?
La palabra paradigma ha sido utilizada de muy
diferentes modos y eso hace que no sea de fácil comprensión. Aquí usamos esta
palabra con el sentido que ha sido propuesto por Thomas Khun en su obra “La
estructura de las revoluciones científicas”. Con este término Khun pretende
demostrar que las profundas transformaciones científicas no acontecen por una
mera acumulación de conocimientos, ni por una simple sucesión y reemplazo de
una teoría por otra, sino que, a partir de una nueva intuición o síntesis
acerca de la realidad se pone en evidencia y al mismo tiempo se modifica la
compleja trama de relaciones entre teoría y práctica científica, el papel que
los componentes subjetivos del científico y el contexto social e histórico en
el que trabaja, juegan en la dinámica de la ciencia. En el ejemplo clásico de
la revolución copernicana, podemos
advertir que no se trató
simplemente del cambio del geocentrismo por la teoría heliocéntrica, para
explicar mejor el comportamiento de los astros, sino que implicó una revolución
cultural, una conmoción en la misma concepción de la ciencia, en las prácticas,
en las instituciones, y en las
relaciones de poder. La física cuántica, el evolucionismo en la ciencias
naturales, el psicoanálisis en las ciencias de la conducta, son todos ejemplos
de profundos cambios paradigmáticos en cada una de las disciplinas.
Desde una perspectiva filosófica podríamos describir
en grandes trazos la evolución del pensamiento político de occidente también en
términos de paradigmas. Podríamos distinguir en primer lugar el paradigma mítico o de la totalidad
en contraposición con un paradigma del logos o de la racionalidad del poder.
Obviamente estas categorías son demasiado amplias para dar
cuenta de un sinnúmero de matices que la definición de política ha tenido a lo
largo de la historia y que han protagonizado períodos importantes de la misma.
Pero nos interesa sobre todo distinguir aquellos principios que operan aun hoy
en la conformación del campo político.
Una de las primeras formas de entender y ejercer la
asimetría de poder fue la de las culturas míticas. En ellas el poder era otorgado a un elegido
por la divinidad y todos debían subordinarse a él. El individuo debía estar
inmerso en una totalidad ordenada por la voluntad divina y su realización
consistía justamente en someterse a ella.
Faraones, reyes y caciques de los mas diversos pueblos y culturas han sido y son presentados como figuras
humano-divinas. Estas formas de ejercicio del poder, representativas del
paradigma mítico, han perdurado a lo largo de la historia
y aun hoy ocupan vastos territorios. Retomando las definiciones dadas al inicio
podemos decir que este paradigma se caracteriza por las formas de poder
tradicional y carismático, que distingue Weber y por la gran concentración del
poder político, económico e ideológico – en la terminología de Bobbio.
Hoy como ayer este paradigma es cuestionado por
quienes viven esa asimetría como una amenaza a sus intereses básicos. En
algunos casos este reclamo, cuestiona las bases mismas del paradigma. Se genera
lo que en términos de Kuhn se denomina “crisis paradigmática”, se discute no
sólo quien detenta el poder sino “la razón” por la cual lo detenta. Un claro
ejemplo de esto fue el paso de las culturas míticas al helenismo. El paso del
feudalismo al surgimiento de los estados modernos pueden ser interpretado del
mismo modo.
No siendo lo divino el fundamento del orden
político, es decir la justificación de la asimetría ¿qué lo es entonces?
Comienza así una tarea de “racionalización” del orden político. La intervención
del Logos (razón) para justificar el poder. ¿Quien debe gobernar y por qué?
¿Cómo se debe gobernar? Comienzan a desarrollarse diversas teorías acerca del
ordenamiento social, como la República de Platón, la Ciudad de Dios de San
Agustín o las proyecciones utópicas del Humanismo con Campanella o Tomás Moro.
Las distintas tipologías dadas por Aristóteles, Weber y Bobbio son ejercicios
del Logos, de la racionalidad, aplicada al campo político. Toma sentido hablar
de la necesidad de una ciencia política.
Quizás una de las consecuencia más importante de
este proceso es el inicio de la distinción
entre “autoridad” y “poder”. Muchos sujetos pueden ejercer poder sobre otros
pero no todos son “autoridad”, es decir, no todos están “autorizados” para
hacerlo, no todos pueden “dar razones” valederas por la cuales sustentan el
poder. En términos más precisos, no todos tienen “legitimidad” para ejercer el
poder. ¿Quiénes la tienen? Aquí surgen distintas respuestas. Para Platón, debe gobernar el filósofo, único
capaz de acceder al conocimiento del bien. Para Hobbes el Estado, mediador
entre los conflictos humanos. Para Maquiavelo deberá gobernar el príncipe, a
quien habrá que dotar de toda una serie de habilidades y recursos lícitos o no
para que sepa mantenerse en el poder. Las respuestas a esta cuestión son
innumerables.
Desde las primeras formulaciones clásicas hasta
bien entrada la modernidad, diversos modelos de gobierno tuvieron entonces
diferentes justificaciones teóricas que dan cuenta del
reemplazo de la fundamentación mítica del poder por la explicación racional.
Como consecuencia, la noción de totalidad fue cediendo terreno – aunque de
forma mucho más tardía – a favor de quien es el sujeto portador de esa
racionalidad: el individuo. En la fundamentación política de la modernidad
tardía y de gran parte del mundo contemporáneo, prevalece una misma concepción antropológica
del individuo que afirma su autonomía en el ejercicio de su racionalidad. Sin
embargo, el excesivo énfasis puesto en el individuo dio como consecuencia una
visión atomizada del hombre, que compite y lucha con los demás y que necesita
de la coacción externa de un poder que lo controle con el fin de preservar la
paz social y un determinado orden.
Esto se ve reflejado en dos definiciones de
política, emblemáticas de este paradigma. La de Maquiavelo, para quien ”la política es el arte de la acceder al poder y
permanecer en él” y la de Bobbio: “la
política es el arte de la administración de los conflictos”.
Una de las consecuencias positivas que tuvo el
énfasis puesto en el individuo fue el reconocimiento de la dignidad de la
persona frente
a los pensamientos totalitarios de los períodos anteriores. Esto se ve
reflejado por ejemplo en el surgimiento de la doctrina de los Derechos Humanos
y en las democracias como forma de organización política. Pero estos mismos
logros señalan también los límites de este paradigma, porque si bien los
derechos están declarados y hay democracias presentes en una cantidad
importante de países, persisten fuertes condiciones de desigualdad y de
injusticia, que hacen que estos logros no se puedan llevar plenamente a la
práctica. Constituyen así verdaderas “anomalías” del paradigma, que reclaman
cambiar las “relaciones de poder” tanto en las pequeñas comunidades como a nivel internacional.
Centraremos la atención ahora en aquellos síntomas
específicamente políticos de la crisis, que señalan serios cuestionamientos a
las democracias existentes. El primero es el fenómeno de concentración del
poder, que viene derivado de la concentración de las riquezas – poder sin
autoridad - que se verifica tanto en el orden internacional, como en el orden
nacional y local.
La segunda es la crisis de la democracia, un
problema generalizado en el mundo que se presenta con ribetes trágicos en
algunos países de la región. Crisis que se manifiesta por la precariedad de dos
de los principios básicos de la democracia: la representación y la
participación.
En la ciudadanía prevalece un sentimiento de
distanciamiento de la dirigencia política, y hasta una sospecha de conductas
“corporativas” por parte de esta. Se percibe a los políticos como grupo
organizado para defender sus intereses, encerrado en su propia lógica de acceso
y permanencia en el poder. En este contexto nadie se siente representado por
nadie y se desalienta toda posible participación que no sea la insubordinación,
cuando se tocan los intereses básicos. El poder ha perdido “autoridad”, se ha
deslegitimado.
Como contrapartida se registra un verdadero déficit
de participación en la mayoría de las democracias de nuestra región. Déficit
que se explica por la pérdida de sentido de la comunidad política, pero también
por poderosos procesos de exclusión política, económica y cultural que afectan
a sectores importantes de la población.
En estos países la presencia
del estado es irregular. En partes de su territorio y en amplios
sectores de la sociedad,1 estos estados no pueden asegurar el imperio de la ley
ni la vigencia de los derechos ciudadanos. El acceso a los servicios básicos
del bienestar, están distribuidos con gran desigualdad. Las diferencias en los niveles
de acceso a la educación generan, entre las
personas, diferentes capacidades de influir
en los acontecimientos o decisiones políticas Así las desigualdades sociales se
convierten en desigualdades políticas. Un
recolector de yerba mate en Misiones, un peón de estancia en Corrientes o un
esquilador de ovejas en Santa Cruz tienen los mismos derechos políticos que un
habitante de las principales capitales de nuestro país, pero tienen muy
distintas posibilidades de ejercerlos por las diferencias de formación y de
información que poseen, por las diferencias en las posibilidades de expresar su
opinión y de hacerse escuchar, por los condicionamientos o presiones de índole
económica o social. Estas desventajas son fuertes desalientos a la
participación política democrática.
A su vez, los ciudadanos tienen también obligaciones
con el estado para la preservación de la cohesión social. No participar de las
elecciones y evadir los impuestos debilita al estado. Así se genera un circulo
vicioso por el cual un estado débil para generar las condiciones de la
participación hace que la participación sea menor y, como consecuencia, se
deblita más el estado. Ciudadanía y estado tienen, por tanto, un conjunto mutuo
de obligaciones para la preservación de la democracia. Cuando estas
obligaciones no se cumplen, se afecta la posibilidad misma de construcción de
una comunidad política.
Sumergidos en esta crisis se hace necesario revisar
las bases del paradigma y en particular la concepción del hombre que subyace en
él. Así como la economía moderna ha concebido al hombre solamente como un
maximizador de utilidades, la ciencia política moderna lo ha definido como un
ambicioso sin limites, una voluntad insaciable de poder. Es la exacerbación de
la idea del individuo, la que desdibuja la conciencia de pertenencia a una
realidad social y política común
El viejo lema emblemático del movimiento
revolucionario francés: “Libertad, igualdad, fraternidad” vuelve a
interpelarnos. Este ideal implicaba iguales garantías personales para ejercer
los derechos, un sentido de solidaridad social y el reconocimiento de todos los
individuos como ciudadanos en una sociedad de iguales. De los tres principios,
numerosos países lograron aplicar, en determinados campos, la libertad o la
igualdad. Pero estas aplicaciones, al ser parciales, generaron profundas
desigualdades o negaciones de la libertad. Esto, como veremos en los módulos
siguientes, se debió, entre otros factores, al “olvido de la fraternidad”, que
fue más declamada que puesta en práctica.
El paradigma de
la Unidad
En el año 1994, Adam Biela decano en la Universidad
de Lublin, en ocasión de otorgar a Chiara Lubich el doctorado honoris causa,
dijo que Lubich genera una una corriente de pensamiento y espiritualidad que
demanda un giro “giro copernicano” en las ciencias sociales”. ¿En que consiste
este cambio? Frente a la visión restringida y egoísta del individuo que
prevalece en las ciencias sociales modernas – incluida como hemos visto la
política - Lubich nos dice: “el hombre es capaz de amar”. Aún más, la
naturaleza más intima del hombre no es individualidad sino relación, vinculo.
Por lo tanto en el hombre no sólo hay egoísmo, autorinterés, sino también
capacidad de donación, y de reciprocidad. Capacidad de generar un “nosotros”
sin perder de vista la propia identidad. Comprender lo humano es comprender su
unidad en la diversidad, su diversidad en la unidad. Esto tiene profundas implicancias en el campo
político, poniendo de relieve un principio que expresa la posibilidad y el modo
de armonizar la idea de totalidad común y de individualidad: la fraternidad.
El pensamiento de Chiara Lubich viene al encuentro
de una realidad epocal que con distintas voces y desde distintas tradiciones y
perspectivas señala esta necesidad de superación del individualismo y de Unidad
de la familia humana. El Dalai Lama escribía a propósito de los acontecimientos
del 11 de septiembre en los Estados Unidos: “Para nosotros las razones ( de
esos sucesos) son evidentes (…) No tenemos presente las verdades humanas más
básicas (…) Todos somos uno. Este es un mensaje que la raza humana no tuvo en
cuenta. El olvido de esta verdad es la única causa del odio y de la guerra”.
La fraternidad es el principio básico de la
cohesión, del sentido de pertenencia a lo común. La posibilidad de conjugar
libertad e igualdad. Para poner en practica este principio es imprescindible
ejercer las cualidades más específicamente humanas como la donación, el sentir
con los demás, y la creatividad. Como verdadero cambio paradigmático, el principio
de fraternidad tiene consecuencias inmediatas en los contenidos, en los
procedimientos y en el fin de la acción política.
En relación con el contenido lo que define al principio de Fraternidad es la
superación de la asimetría propia del campo político por la “mutua donación de
poder”. Implica por ejemplo cambiar los vapuleados principios de delegación y
representación en la democracias modernas por el de reciprocidad entre elector
y elegido, entre gobierno y ciudadanos. La representación exige que el otro
represente mis intereses. Desde la reciprocidad la primera donación la hace el
ciudadano cuando elige con su voto – da su cuota de poder - al elegido. Este,
obligado por ese acto inicial, debe darle poder al ciudadano. El voto da poder
para que el votado a su vez de poder al elector. El contenido de la acción
política: es “empoderar” al ciudadano, en particular a aquel que menos poder
tiene. Se empodera al ciudadano cuando se generan las condiciones de
posibilidad para su participación, no solamente a través de instrumentos
formales (asambleas, elecciones, plebiscitos), sino dándole educación, salud,
vivienda, posibilidades de organización, esto es generando las condiciones para
que esa participación sea efectiva.
El método del paradigma de la fraternidad se
encuentra claramente definido por el concepto de "diálogo". Pero un
diálogo profundo, un diálogo en serio. No un mero intercambio de opiniones o de
posiciones tomadas. Significa en primer lugar reconocer que el otro es un
hermano, y como tal tiene que tener la posibilidad de expresar aquello que
dice, que piensa y que cree. Noam Chomsky
dice que "la primera forma de violencia, la primera forma de
terrorismo, es no considerar al otro un interlocutor válido". El otro,
cualquiera sea su opinión, cualquiera sea su historia, cualquiera sea su
compromiso político, su lugar, merece ser considerado antes que nada mi hermano
y merece ser escuchado. Esta es la base fundamental del diálogo, esto es
diálogo en serio.
En segundo lugar debemos observar que el diálogo no
es un fin en sí mismo. El fin de la acción política es la fraternidad, es
avanzar hacia una sociedad de hermanos. Por lo tanto el diálogo debe estar
supeditado a ese fin. El dialogo es verdadero dialogo si como consecuencia del
el deviene una sociedad más fraterna. Por lo tanto no sirve un mero consenso
que traiga como consecuencia la exclusión de un sector importante de la
población. El diálogo fraterno es aquel que tiene como consecuencia un proyecto
político de inclusión de todos en la posibilidad de diálogo.
Entender
y ejercer la política desde el paradigma de la fraternidad requiere un arte. No
se improvisa, es un ejercicio arduo. Este es el sentido de esta Escuela de
Formación Social y Política para Jóvenes. Experimentar que es cierta la
posibilidad de ser hermanos. Que es cierta la posibilidad de construir diálogos
de calidad. Que es cierta la posibilidad de comprometerse con la realidad y
transformarla. Volver a creer que podemos cambiar la realidad, no sólo a pesar
de la política sino justamente a través de ella.
Guía
de trabajo grupal
1 – Confrontar las definiciones dadas al inicio con
las analizadas en el texto. Señalar similitudes y diferencias.
Distribuidos en tres grupos, cada uno de ellos
trabajará sobre uno de los paradigmas presentados respondiendo a las siguientes
preguntas:
1 -
Identificar en el ámbito local, nacional o internacional formas de
ejercicio del poder correspondientes al paradigma.
2 – Identificar aspecto positivos y negativos de de
la vigencia de este paradigma en el contexto elegido.
Trabajo
de profundización
1 - Comentario del texto “Política” de Norberto
Bobbio
2 - Comentario del texto “La vocación política” de
Max Weber.
3 - Comentario del film “Gandhi” de Richard
Attemborough
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